RELATOS CON IDENTIDAD

TERCER LUGAR DEL CONCURSO DE RELATOS BARRIALES

«El día que nació mi Padre: AUTOR: Cafiola Amazona

En medio del gobierno de González Videla y un mes previo a la popular “Revuelta de la Chaucha”, Guillermina despertaba en el segundo piso de su casa con dolores de abdomen y de espalda. Culminaban los nueve meses gestacionales del que, sin saber, se convertiría en su hijo menor.

Guillermina Cáceres, una mujer de piernas robustas y que hablaba en refranes, era proveniente de un pequeño pueblo de la región del Maule llamado Nirivilo y había contraído matrimonio con Gustavo Meza, un molinense inspector de pavimentación, durante 1932 en la ciudad de Talca. Misma ciudad en que se habían conocido mientras estudiaban, misma ciudad en que las cuatro estaciones los vieron pololear en la confitería “Palet”.

Guillermina y Gustavo habían llegado en 1941 a una de las pequeñas casas de la Población Vivaceta Sur, por medio del hermano de Gustavo, Samuel Meza González, un reconocido abogado de la época.  Tenían cinco hijos: Enrique, el líder; Gladys, tierna y esforzada; Lilian, discreta y letrada; Douglas, alegre y afectuoso; y María, dedicada y explosiva.

Esa mañana, luego de dar desayuno a sus piguchenes como les llamaba ella, Guillermina, con suspiros y profundos dolores en su cuerpo parturiento, llamó a su hijo mayor, y le dijo:

-Necesito que vayas a buscar a la partera, “la mujer” que vive cerca de la Iglesia Santa Teresita-

Enrique agarró vuelo, cruzando la gran avenida Vivaceta con sus ojos abiertos a cada automóvil, y tomó rumbo por la calle Padre Las Casas hasta llegar a Bruselas, pero “la mujer” no se encontraba.

-No está, debe andar por Coronel Alvarado – le comentó alguna vecina.

Corrió rápidamente en dirección norte, con las manos frías y su torso transpirando. Cruzó Chillán y Altamirano hasta llegar a Coronel Alvarado.  Pero “la mujer” no aparecía por ningún lado.

Volvió con el rabo entre las piernas, triste de no encontrar a “la mujer” y con el temor al reto de su madre. Esperó a que una de sus hermanas le abriera la puerta, entró a la casa y dio pasos silenciosos hacia el segundo piso para que no sonara el parqué. Su madre yacía con el pequeño niño envuelto entre sus brazos. Los ojitos pequeños del recién nacido miraban los pequeños destellos de sol invernal que se colaban por la ventana. Con voz temblorosa y alegre, Guillermina le dijo a Enrique:

– Francisco Camilo se llamará-

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