RELATOS CON IDENTIDAD: SERIE MENCIONES HONROSAS

A CONTINUACIÓN, PRESENTAMOS LOS ÚLTIMOS RELATOS DE UN TOTAL DE SIETE

CUANDO SER UNA PRINCESA VALE LA PENA

(Chela)

El mes de Septiembre siempre tuvo un encanto, se respiraba un clima que anticipaba la primavera, las fiestas patrias traían ropa nueva, fondas, juegos y la llegada de los volantines y mágicos circos.

Aquel septiembre con 8 años, mi madre me dio permiso para ir a jugar a la plaza Fidel, mi vecina e inseparable amiga Patricia fue conmigo. Contentas fuimos a jugar, pero antes, quisimos pasar a comprar unos dulces al almacén de don Daniel. Ninguna se imaginó lo que sucedería unos minutos después. De regreso, sentíamos personas que gritaban y aplaudían, corrimos hacia Nueva de Matte, lugar donde venía el ruido, nuestra curiosidad fue mayúscula cuando vemos gran cantidad de vecinos, niños, jóvenes alrededor de algo que nuestros ojos no podían creer, un enorme elefante caminaba por las calles de nuestro barrio, era el principal atractivo del circo instalado en la calle Chillán, asombraban sus grandes orejas y majestuosa trompa, era guiado con gran habilidad por su amo, arriba venía un niño que también era parte del circo, lo paseaban porque tenía una función. Los rostros de impacto de los niños eran conmovedores, todos se quería subir.

Mi amiga Paty me apretaba la mano de nervios porque paró justo frente a nosotras entre las calles Freirina y Escanilla, el conductor del elefante lo hizo descansar, éste dobló sus patas delanteras, el niño se bajó y luego de unos minutos, el guía preguntó si alguien se atrevía a subir y dar un paseo, fue cuando inconscientemente levanté mi mano y gentilmente me ayudaron, subí con gran agilidad pasé por su cabeza y me senté, abajo mi amiga me miraba asustada, no podía creer que fuera yo la que estaba arriba del elefante.

La vista era impresionante, comenzamos por Escanilla hasta llegar a Central, me sentía cual princesa árabe, claro que a esas alturas me dolían las piernas porque sentía la piel gruesa, áspera y unos largos pelos. Ya llegando de regreso a Los Nidos tomé conciencia que me iban a retar porque me había ido lejos y con desconocidos, más encima arriba de un elefante. Cuando me bajé de ese medio de transporte tan especial y camino a mi casa con mi amiga, mi mamá me esperaba indignada ya sabía que había paseado por toda la población arriba de un elefante, el reto y el castigo lo merecía, pero valió la pena.

BARRIO, AÚN ESTOY AQUÍ. LOS ALMACENES

(Hugazo61)

Los llevaré a recorrer los emporios, mercería, botica, pescadería, fuentes de soda y picadas que tuve la posibilidad de conocer.

En efecto, cuando camino por las calles que he recorrido toda mi vida, se vienen a mi memoria lugares inolvidables. La mercería que estaba en Vivaceta con Nueva de Matte; al frente de la cancha estaba “La Chacra” de la Sra. Anita y Don Rigo. Ahí trabajaba Don Moncho, que asustaba un poco pero con el tiempo fue haciéndose más cercano. Más al sur, por Vivaceta, la Panadería “La Paloma” que con el olor que desprendían sus hornos invitaba a comer las deliciosas marraquetas calientitas; al lado, el Sr. Coll, un caballero mayor muy distinguido que tenía una librería y bazar surtidísimo.

Atravesando Vivaceta, en la esquina con Héctor Boccardo, “La Botica de la Sra. Tola”. Pastora era su nombre y con la paciencia eterna para atender los requerimientos de los vecinos, Aliviol, Cafrenal, Dominal, Cheracol y tantos menjunjes que aliviaban los males. Siguiendo por Héctor Boccardo estaba la Peluquería de la Sra. Elsa de donde salían bellas jóvenes a las fiestas de los días sábado; después un lugar maravilloso, la Heladería con esos lindos colores que iban sobre unos barquillos dulces que combinaban perfecto con sabores como bocado, frutilla, vainilla, en general sabores tradicionales, eso sí, con sabores originales.

Antes de la esquina de Acharán, el emporio de Don Daniel Beltrán, donde su señora, junto a él vendían hallullas con ají, que eran un manjar después de pasar la mañana completa en la piscina. Esa construcción que se mantiene, deteriorada, pero mudo testigo de un pasado alegre y que nos hacía capear las altas temperaturas de los veranos sesenteros y setenteros.

En la esquina de Héctor Boccardo con Acharán, “La Ruca”, esa Fuente de Soda donde los envalentonados jóvenes del barrio aplacaban su sed, después de grandes partidos en que se enfrentaban el “Acharán”, el “Vivaceta”, el “Palermo” y otros, todos ellos confluían ahí, en “La Ruca”. Era el tiempo del “metro de cerveza”, la mesa cuadrada de 1 metro de lado, llena con botellas de Pilsen y botellas de vidrio verde, “la buena” decían los entendidos.

También estaba en Acharán con Nueva de Matte, en la esquina noreste, otro bazar, el de Don Pancho, el vendía los primeros volantines de la temporada. Más al norte, “La Picá”, una taberna oscura, atendida por un señor oscuro que me asustaba y traté de olvidarlo con el tiempo.

Subiendo por Nueva de Matte, frente a Diana, el “Club Social”, gran establecimiento, con pista de baile, reservados y una cancha de rayuela, era un lugar familiar.

Quiero hacer mención de otro negocio que fue posterior, pero también que se mantuvo por tiempo, Don Max un gran señor amable y cordial. En los tiempos en que no había alimentos, siempre tenía su cartita bajo la manga para los vecinos.

La Carnicería y almacén del Sr. Solari, en Venecia, quien junto a la Sra. Carmen nos vendían con libreta. Con los años la Sra. Carmen se convirtió, para mí, en la Sra. Margarita, ya fallecida y entiendo fue concejala por Independencia.

Y la antigua pescadería de Nueva de Matte con Vivaceta, La Carnicería de Don Fermín, el bazar de Don Ismael…

Estos lugares ya desaparecidos, excepto por “La Chacra” que aún resiste el paso de los años, fueron, sin lugar a dudas testigos de mucha gente que le dio vida a nuestro barrio…

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